Ayer tarde
pasé por tu plaza. El sol amarillenteaba las acacias y la brisa presionaba al atardecer.
Y la tía,
hace cuatro que no viene, escucho.
Pequeña
amiga, ven a sentarte conmigo, te contaré un cuento:
En una tarde
mágica como la de esta tarde y sin que nadie lo esperara bajaron varias hadas.
Venían con sus vestidos blancos largos, con cintas de oro en el pelo y
zapatitos dorados.
Tomaron a la
tía y la peinaron con cintas de terciopelo y perlas de la india. Le pusieron un
vestido verde y de aros dos zafiros. En los pies sandalias con tiras de plata.
Le pintaron
de rojo, suavemente los labios.
Mientras hacían
todo esto, cantaban unas canciones hermosas que solo las hadas conocen.
Y se la
llevaron a donde ellas viven.
¡Que lindo! Y se echó a correr, pero se detuvo se dio vuelta
y haciendo una especie de pequeño hipo dijo: yo la quiero, y siguió corriendo.
Mientras la
miraba como se alejaba, me sorprendí murmurando: yo también la quiero.