Amaneció sin sol, amenazante. Una brisa suave y tibia nos recibió muy temprano. Un indicador del tiempo con ojotas dijo, malo.
Estaba todo dispuesto. Íbamos a conocer algo nuevo. Comida y tradición Mapuche. El sacrificio del cordero.
Un cordero suspendido y amarrado a un árbol por las patas traseras.
Llegó Aureliano, pantalones de diablo fuerte- como llamaba mi Mamá al
Cotelé - camisa hecha con saco harinero, pero de corte clásico, calcetines de lana y ojotas. Sombrero de fieltro.
La Hildana esperaba con un azafate de fierro enlozado rectangular con
cebolla en cuadritos, cilantro, merkén, limón y ají verde.
Seré sucinto aquí por delicadeza hacia algunos.
Aureliano cortó el cuello del cordero y la sangre se recibió en el azafate.
Todos nos acercamos con un pan a cucharear ésa sangre con aliños. Ñachi se llama. También un poco de chicha de manzanas.
La Hildana, blanca cejas negras y risa fácil tenía - por enseñanza de la tía
Bresy - amarrada la cabeza con una pañoleta blanca. Corría de un lado a otro con pan y cucharas ya que el azafate- la vedette- estaba en una mesa de madera de árbol como había anunciado en algún momento, Aureliano.
Fuera de la ironía, tenía cierta razón ya que la mesa fue fabricada de un tronco con una tapa aserrada y cortado en varios pedazos. Se dejó la cara lisa hacia arriba y el resto en bruto. Una mesa de exterior.
De vuelta a nuestra amiga.
Cuando la nombrabas, de inmediato recibías de vuelta un, mande patrón, que
te obligaba a inventar algo para no mandarla y sentirte pequeño frente a una
vida tan pura y dispuesta.
Se fueron las horas bajo un añoso roble, donde bromas y cuentos corrían
a la par con el momento y con cierta ayuda de la chicha de manzanas.
La lluvia que se venía nos obligó a entrar.
Nuestra juventud exuberante y bastante inexperta convirtió el almuerzo en
un caos. Todos creíamos tener razón en nuestros argumentos y poca disposición a escuchar.
La victrola sonó toda la tarde sólo aminorada por las ráfagas de viento y lluvia.
Se van se van las viejas casas queridas
Demás están han terminada sus días
Llegó el motor y su roncar………………
La chiflota ocupó el resto del día. Sin miramientos hacíamos escarnio del que
por casualidad o por inexperiencia en el juego, recibía la repudiable viuda negra, reina de pique.
Nos retiramos a nuestros aposentos, se oyó, y procedimos a apagar las lámparas con camisa incandescente.
En una esquina una escalera subía a un dormitorio que era el único segundo piso. Me tocó compartirlo con Alejandro, nuestro anfitrión y hermano menor del patrón. Roberto, maestro en el juego de la chiflota.
Proyectamos el día siguiente. Nos tenía entusiasmados una idea de Miguel.
Fabricar un bote y echarnos aguas abajo por el río.
Finalmente, Alejandro apagó la vela y susurró, ahora vamos a jugar a morirnos.
Por su respiración comprobé que no le costó mucho.
En la oscuridad se me hizo presente el cordero sacrificado, y no pude dejar de pensar, "cordero de dios que quitas el pecado del mundo". No en un sentido filosófico – que desde luego lo tiene – sino, teológico, donde el bautista se lo dice a Jesús, reconociéndolo como el enviado.
La lluvia y el viento se peleaban por azotar las tejuelas de alerce del techo a unos metros de mi cabeza y dejé ese pensamiento pendiente. - Hoy en día cuando lo recuerdo, declaro que todavía lo tengo pendiente - .
Había una sensación de agrado al sentirme protegido y abrigado con las frazadas de lana hiladas y tejidas en la zona y las tejuelas partidas con la suela como llaman los lugareños a la prima del azadón, más chica y filosa que es la azuela.
Y con el fuerte reclamo de las tejuelas contra la lluvia desatada, entré en el juego de Alejandro.